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Trump, la tendencia neoautoritaria y la crisis de la época del capitalismo
created Dec 6th 2016, 00:33 by Pitolino1911
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I
La vuelta de siglo ha comenzado haciendo estallar la crisis epocal del capitalismo. Una crisis de alcances mucho mayores que la Larga Depresión del siglo XIX y la Gran Depresión del siglo XX. La crisis de sobrefinanciamiento, que empezó en el segundo quinquenio del nuevo siglo, pusó al descubierto el inicio de una crisis de sobreproducción de impactos globales. Sin embargo, esta crisis es irreductible a una crisis cíclica de sobreacumulación. Constituye una crisis epocal porque desde la convergencia de diversas crisis, pero ante todo desde la crisis ambiental mundializada, conforma en sí misma una era. Sus orígenes pueden rastrearse varias décadas atrás y tiende a prolongarse todo el resto del siglo. La crisis mundial alimentaria comenzó en 2007-2008. La pobreza que no era mundial, se tornó pobreza global a partir de 1990. Una década después de que el Banco Mundial la empezara a medir para diseñar programas de combate contra los pobres, la ONU la reconoció al hablar del "desafío de los slums". La crisis ambiental mundializada comienza más atrás. Con el informe del Club de Roma puede periodizarse su comienzo en 1972. El "cambio climático" está regido por un trend que apunta a desestabilizar amenazadoramente el proceso de reproducción de la sociedad global todo el siglo XXI, incluso más allá.
El proyecto de capitalismo de Donald Trump debe ser evaluado ante la crisis epocal y sus tendencias. En ese marco, consigue identificarse mejor su significado histórico para EU y el mundo.
En la vuelta de siglo, dos tendencias formalmente contrarias han jaloneado entre sí por definir el sentido del complejo tiempo de transición en que se encuentra inserto el capitalismo mundial.
Una tendencia ha propugnado por conformar lo que puede reconocerse como un genuino liberalismo del siglo XXI. Ha adquirido diferentes formas de expresión convocando a enfrentar el hambre mundial, la pobreza global, la crisis ambiental, la transición energética y los derechos humanos con base en intervenciones del sistema de Estados que retrocedan ante la devastación social y natural generada en las últimas décadas. Asume que se ha llegado muy lejos en la ofensiva lanzada y que la acumulación capitalista enfrentará desestabilizaciones inmanejables si se sigue esa marcha. Sin embargo, frente y contra el liberalismo del siglo XXI, una tendencia neoautoritaria le ha cerrado paso. Se niega a retroceder y apunta a reconfigurar el capitalismo global imponiendo trayectorias que, con tal de maximizar la tasa de acumulación, no se detengan en agudizar la devastación de los fundamentos de la vida social-natural y de la civilización.
El proyecto de capitalismo de Donald Trump de ningún modo corresponde al liberalismo del siglo XXI. Conforma un obstáculo rígido caracterizarlo como neokeynesiano y puramente como proteccionista. Su propuesta de elevar el estándar de vida de la clase trabajadora americana se inserta en la violación de los derechos humanos y la confrontación de los distintos destacamentos étnicos de la clase trabajadora internacional. De su propuesta de un acuerdo de paz entre EU y Rusia deriva, sin duda, la promoción de una nueva geopolítica mundial para el siglo XXI. Si bien de modo directo neutraliza los riesgos de una guerra nuclear entre potencias, sin embargo, apunta a que el siglo XXI sea un siglo de apuntalamiento del poder militar nuclear. Su arribo a la Casa Blanca puede hacer que el periodo 2017-2020 detone un grave impacto en los siguientes 10 mil años del "planeta azul". El aferramiento neoautoritario al patrón energético basado en petróleo y gas agudiza el trend del sobrecalentamiento planetario hacia el colapso climático. Con todo lo que significa en terminos de propulsión hacia guerras por la disputa de los yacimientos de energía fósil, de devastación de los países pobres mayormentes vulnerables, de ecomigraciones y confrontación entre distintos conglomerados sociales por los recursos naturales y el agua en el marco de la agudización de la crisis ambiental mundializada.
"Make America great again" es un eslogan que representa un proyecto, indudablemente confuso pero intransigente, de reconfiguración del capitalismo estadounidense y de su poder geopolítico para la disputa por la hegemonía mundial. Apunta a impactar no sólo en la relación del capitalismo estadounidense con la clase trabajadora americana, sino a integrarla agresivamente en la tendencia neoautoritaria por mantener a EU en la cumbre del poder planetario. Incuba violencia político destructiva creciente como postura histórica ante la crisis de nuestra era. El proyecto de capitalismo de Donald Trump personifica la tendencia neoautoritaria del capitalismo del siglo XXI.
II
Al concluir el siglo anterior, Carl Amery publicó un libro con un título de incuestionable vigencia: ¿Auschwitz comienza el siglo XXI? Hitler como precursor. Una obra que convoca a ser recibida como una advertencia: los mayores peligros ante la crisis epocal del capitalismo no conducirán hacia la reedición puntual del proyecto de la Alemania hitleriana, sino a su relanzamiento a partir de su metamorfosis histórica. El neonazismo no contiene necesariamente antisemitismo, sin embargo, no por eso deja de ser neonazismo. En el marco de diversas trayectorias que pueden seguirse, el nazismo está emergiendo nuevamente, pero como tendencia hacia el neonazismo.
Cuando, ante los impactos de la crisis del 29, Karl Korsch teorizó la "contrarrevolución fascista" unidimensionalizó la integración de la clase trabajadora al nazismo alemán. Denunció la negación de las necesidades emancipatorias de los dominados modernos, con el nazismo presentándose al reves, es decir como presunta versión del socialismo basada en la expansión del Estado nacional, pero no visibilizó que el nacional-socialismo no fue sólo un engaño ideológico. Que su fundamento material lo conformó el entrecruzamiento, trágico pero profundo, de necesidades del capitalismo alemán con necesidades inmediatas de la clase trabajadora germana. La desconexión de las necesidades inmediatas respecto de las necesidades históricas de la clase trabajadora alemana constituyó una desconexión esencial sine qua non para la existencia misma de la Alemania hitleriana.
Para el capitalismo alemán, la "guerra relámpago" (blitzkrieg) contra los países de Europa era el medio para la integración de su "espacio vital". La construcción del Grossraumwirtschaft, esto es del área económica amplia, apuntaba a volver realidad por primera vez el proyecto de una paneuropa, pero en tanto subordinada a la disputa del Estado hitleriano por la hegemonía mundial. Hitler buscaba impedir el posicionamiento definitivo de EU como hegemón. El proyecto de unificación violenta de Europa debía llevar invariablemente a invadir la URSS, buscando dotar a la Alemania nazi de un espacio geoeconómico suficiente para contender por el poder planetario. Logró la incorporación de la clase trabajadora germana porque al imponer la subordinación nazi a otros Estados, se avanzaba para contrarrestar no sólo la crisis del capitalismo alemán, sino el impacto de la crisis en esa misma clase trabajadora. Incluso, los integrantes de la alta jerarquía del partido nazi pudieron escalar y reposicionarse temporalmente como miembros de la burguesía a partir de apropiarse de las fábricas expropiadas en los Estados invadidos. La complicidad inexcusable pero efectiva de la clase trabajadora germana con el proyecto del Grossraumwirtschaft hitleriano conformó su estrategia de sobrevivencia ante la crisis del 29. En el marco de la disputa por los recursos económicos, la clase trabajadora alemana asumió la violencia político destructiva en su confrontación con los distintos destacamentos nacionales de la clase trabajadora europea. El nazismo siempre hace de la bellum omnum contra omnes un medio esencial de desarrollo de su poder político.
Sin duda, la crisis epocal del capitalismo del siglo XXI está trayendo de regreso un escenario similar en EU y Europa. Si la ultraderecha europea empieza a ganar elecciones en 2017, la tendencia neoautoritaria podría abrirse paso desde los dos lados del Atlántico. A través de discursos políticos islamofóbicos, latinofóbicos, xenofóbicos, racistas, misóginos o abiertamente neonazis, esa tendencia ya tiene forma de expresión en el Partido de la Libertad en Austria, el Partido por la Libertad en Holanda, el UKIP en Gran Bretaña, el Fidesz en Hungría, Ley y Justicia en Polonia, el Partido Popular Danés, el Partido del Progreso en Noruega, y Alternativa para Alemania, a los que hay que agregar la alt-right americana -que recibió el desenlace de las elecciones con un "Heil Trump"-. Tienen en común un electorado racista blanco, de bajo nivel educativo, que pretende poner fin a la tolerancia religiosa, la integración pluriétnica, los derechos de las mujeres y terminar con las instituciones presentes para retornar, por la fuerza, a otras de un pasado imaginariamente glorioso. No es mera retórica que Le Pen vea en la victoria de Trump el "principio de un nuevo mundo".
El "efecto Trump" no es pura creación de los mass media, aunque ciertamente le brindaron una enorme proyección como presunto "outsider" impugnador del establishment. Representa la absorción del descontento y el rechazo social a los impactos de la crisis contemporánea, pero para recanalizarlo hacia una reconfiguración cada vez más amenazante del ejercicio del poder político y del poder planetario.
En este sentido, lo decisivo no reside en si Donald Trump representa hic et nunc el doble político exacto del proyecto de Estado de Hitler o Mussolini. El peligro emerge de que personifica la tendencia neoutoritaria más radical como falsa salida ante la crisis epocal del capitalismo del siglo XXI. El "huevo de la serpiente" al que aludiera Ingmar Berman está de regreso.
La vuelta de siglo ha comenzado haciendo estallar la crisis epocal del capitalismo. Una crisis de alcances mucho mayores que la Larga Depresión del siglo XIX y la Gran Depresión del siglo XX. La crisis de sobrefinanciamiento, que empezó en el segundo quinquenio del nuevo siglo, pusó al descubierto el inicio de una crisis de sobreproducción de impactos globales. Sin embargo, esta crisis es irreductible a una crisis cíclica de sobreacumulación. Constituye una crisis epocal porque desde la convergencia de diversas crisis, pero ante todo desde la crisis ambiental mundializada, conforma en sí misma una era. Sus orígenes pueden rastrearse varias décadas atrás y tiende a prolongarse todo el resto del siglo. La crisis mundial alimentaria comenzó en 2007-2008. La pobreza que no era mundial, se tornó pobreza global a partir de 1990. Una década después de que el Banco Mundial la empezara a medir para diseñar programas de combate contra los pobres, la ONU la reconoció al hablar del "desafío de los slums". La crisis ambiental mundializada comienza más atrás. Con el informe del Club de Roma puede periodizarse su comienzo en 1972. El "cambio climático" está regido por un trend que apunta a desestabilizar amenazadoramente el proceso de reproducción de la sociedad global todo el siglo XXI, incluso más allá.
El proyecto de capitalismo de Donald Trump debe ser evaluado ante la crisis epocal y sus tendencias. En ese marco, consigue identificarse mejor su significado histórico para EU y el mundo.
En la vuelta de siglo, dos tendencias formalmente contrarias han jaloneado entre sí por definir el sentido del complejo tiempo de transición en que se encuentra inserto el capitalismo mundial.
Una tendencia ha propugnado por conformar lo que puede reconocerse como un genuino liberalismo del siglo XXI. Ha adquirido diferentes formas de expresión convocando a enfrentar el hambre mundial, la pobreza global, la crisis ambiental, la transición energética y los derechos humanos con base en intervenciones del sistema de Estados que retrocedan ante la devastación social y natural generada en las últimas décadas. Asume que se ha llegado muy lejos en la ofensiva lanzada y que la acumulación capitalista enfrentará desestabilizaciones inmanejables si se sigue esa marcha. Sin embargo, frente y contra el liberalismo del siglo XXI, una tendencia neoautoritaria le ha cerrado paso. Se niega a retroceder y apunta a reconfigurar el capitalismo global imponiendo trayectorias que, con tal de maximizar la tasa de acumulación, no se detengan en agudizar la devastación de los fundamentos de la vida social-natural y de la civilización.
El proyecto de capitalismo de Donald Trump de ningún modo corresponde al liberalismo del siglo XXI. Conforma un obstáculo rígido caracterizarlo como neokeynesiano y puramente como proteccionista. Su propuesta de elevar el estándar de vida de la clase trabajadora americana se inserta en la violación de los derechos humanos y la confrontación de los distintos destacamentos étnicos de la clase trabajadora internacional. De su propuesta de un acuerdo de paz entre EU y Rusia deriva, sin duda, la promoción de una nueva geopolítica mundial para el siglo XXI. Si bien de modo directo neutraliza los riesgos de una guerra nuclear entre potencias, sin embargo, apunta a que el siglo XXI sea un siglo de apuntalamiento del poder militar nuclear. Su arribo a la Casa Blanca puede hacer que el periodo 2017-2020 detone un grave impacto en los siguientes 10 mil años del "planeta azul". El aferramiento neoautoritario al patrón energético basado en petróleo y gas agudiza el trend del sobrecalentamiento planetario hacia el colapso climático. Con todo lo que significa en terminos de propulsión hacia guerras por la disputa de los yacimientos de energía fósil, de devastación de los países pobres mayormentes vulnerables, de ecomigraciones y confrontación entre distintos conglomerados sociales por los recursos naturales y el agua en el marco de la agudización de la crisis ambiental mundializada.
"Make America great again" es un eslogan que representa un proyecto, indudablemente confuso pero intransigente, de reconfiguración del capitalismo estadounidense y de su poder geopolítico para la disputa por la hegemonía mundial. Apunta a impactar no sólo en la relación del capitalismo estadounidense con la clase trabajadora americana, sino a integrarla agresivamente en la tendencia neoautoritaria por mantener a EU en la cumbre del poder planetario. Incuba violencia político destructiva creciente como postura histórica ante la crisis de nuestra era. El proyecto de capitalismo de Donald Trump personifica la tendencia neoautoritaria del capitalismo del siglo XXI.
II
Al concluir el siglo anterior, Carl Amery publicó un libro con un título de incuestionable vigencia: ¿Auschwitz comienza el siglo XXI? Hitler como precursor. Una obra que convoca a ser recibida como una advertencia: los mayores peligros ante la crisis epocal del capitalismo no conducirán hacia la reedición puntual del proyecto de la Alemania hitleriana, sino a su relanzamiento a partir de su metamorfosis histórica. El neonazismo no contiene necesariamente antisemitismo, sin embargo, no por eso deja de ser neonazismo. En el marco de diversas trayectorias que pueden seguirse, el nazismo está emergiendo nuevamente, pero como tendencia hacia el neonazismo.
Cuando, ante los impactos de la crisis del 29, Karl Korsch teorizó la "contrarrevolución fascista" unidimensionalizó la integración de la clase trabajadora al nazismo alemán. Denunció la negación de las necesidades emancipatorias de los dominados modernos, con el nazismo presentándose al reves, es decir como presunta versión del socialismo basada en la expansión del Estado nacional, pero no visibilizó que el nacional-socialismo no fue sólo un engaño ideológico. Que su fundamento material lo conformó el entrecruzamiento, trágico pero profundo, de necesidades del capitalismo alemán con necesidades inmediatas de la clase trabajadora germana. La desconexión de las necesidades inmediatas respecto de las necesidades históricas de la clase trabajadora alemana constituyó una desconexión esencial sine qua non para la existencia misma de la Alemania hitleriana.
Para el capitalismo alemán, la "guerra relámpago" (blitzkrieg) contra los países de Europa era el medio para la integración de su "espacio vital". La construcción del Grossraumwirtschaft, esto es del área económica amplia, apuntaba a volver realidad por primera vez el proyecto de una paneuropa, pero en tanto subordinada a la disputa del Estado hitleriano por la hegemonía mundial. Hitler buscaba impedir el posicionamiento definitivo de EU como hegemón. El proyecto de unificación violenta de Europa debía llevar invariablemente a invadir la URSS, buscando dotar a la Alemania nazi de un espacio geoeconómico suficiente para contender por el poder planetario. Logró la incorporación de la clase trabajadora germana porque al imponer la subordinación nazi a otros Estados, se avanzaba para contrarrestar no sólo la crisis del capitalismo alemán, sino el impacto de la crisis en esa misma clase trabajadora. Incluso, los integrantes de la alta jerarquía del partido nazi pudieron escalar y reposicionarse temporalmente como miembros de la burguesía a partir de apropiarse de las fábricas expropiadas en los Estados invadidos. La complicidad inexcusable pero efectiva de la clase trabajadora germana con el proyecto del Grossraumwirtschaft hitleriano conformó su estrategia de sobrevivencia ante la crisis del 29. En el marco de la disputa por los recursos económicos, la clase trabajadora alemana asumió la violencia político destructiva en su confrontación con los distintos destacamentos nacionales de la clase trabajadora europea. El nazismo siempre hace de la bellum omnum contra omnes un medio esencial de desarrollo de su poder político.
Sin duda, la crisis epocal del capitalismo del siglo XXI está trayendo de regreso un escenario similar en EU y Europa. Si la ultraderecha europea empieza a ganar elecciones en 2017, la tendencia neoautoritaria podría abrirse paso desde los dos lados del Atlántico. A través de discursos políticos islamofóbicos, latinofóbicos, xenofóbicos, racistas, misóginos o abiertamente neonazis, esa tendencia ya tiene forma de expresión en el Partido de la Libertad en Austria, el Partido por la Libertad en Holanda, el UKIP en Gran Bretaña, el Fidesz en Hungría, Ley y Justicia en Polonia, el Partido Popular Danés, el Partido del Progreso en Noruega, y Alternativa para Alemania, a los que hay que agregar la alt-right americana -que recibió el desenlace de las elecciones con un "Heil Trump"-. Tienen en común un electorado racista blanco, de bajo nivel educativo, que pretende poner fin a la tolerancia religiosa, la integración pluriétnica, los derechos de las mujeres y terminar con las instituciones presentes para retornar, por la fuerza, a otras de un pasado imaginariamente glorioso. No es mera retórica que Le Pen vea en la victoria de Trump el "principio de un nuevo mundo".
El "efecto Trump" no es pura creación de los mass media, aunque ciertamente le brindaron una enorme proyección como presunto "outsider" impugnador del establishment. Representa la absorción del descontento y el rechazo social a los impactos de la crisis contemporánea, pero para recanalizarlo hacia una reconfiguración cada vez más amenazante del ejercicio del poder político y del poder planetario.
En este sentido, lo decisivo no reside en si Donald Trump representa hic et nunc el doble político exacto del proyecto de Estado de Hitler o Mussolini. El peligro emerge de que personifica la tendencia neoutoritaria más radical como falsa salida ante la crisis epocal del capitalismo del siglo XXI. El "huevo de la serpiente" al que aludiera Ingmar Berman está de regreso.
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